jueves, 14 de octubre de 2010

EL REINO POÉTICO DE LA PESADILLA Y EL DESPELOTE

James Martínez Torres

(Texto leído en el colegio 9 de Octubre , durante el acto de lanzamiento del libro de cuentos LOS DÍAS ENANOS, de Raúl Serrano Sánchez)

¿Quién dijo que a la realidad había que pasarle la mano por encima adorando sus pústulas, lloviendo sobre mojado o ponerle corbata y frac a su cuerpo lleno de pestes y batallas? Así se preguntó Raúl Serrano desde chiquito y se lo seguía diciendo cuando en este Centenario colegio se rebelaba con razón contra unos cuantos momios.
Esta certeza se ratifica cuando leemos “Los días enanos”, que también podríamos llamar “el reino recurrente de la pesadilla y el despelote”, la huída del baboso lugar común, nombrando la realidad con palabras inversas que se oyen en los sueños, escritura que reflejada en espejos convexos nos arroja (vomita) fantasmas inconclusos, uñas largas de un pie sin dueño, ojeras de vampiro, animales dantescos, días enanos que habitan el altillo de secretos donde los niños – viejos, construyen su sabiduría ...

Decíamos que en este libro de cuentos se suceden atmósferas equívocas, gestos macabros, situaciones que buscan un sentido, juegos, ritos, fábulas malditas que tienen una culpa común: el absurdo como desahogo y crítica del mundo estrechamente claro del “buenos días – cómo se ha conservado – bien gracias – hasta luego”, la oposición a un régimen cotidiano que nos esclaviza los sentidos. Esa subversión del orden nos la da el arte y la buena literatura, esta que nos alborota los trajes y rompe los cinturones de castidad del pensamiento, produciendo derrames de secreciones melosas y pájaros de dientes afilados.

Son casi todos los cuentos, ambientes enrarecidos, interiores que ahogan, donde desde un punto de vista generalmente de niños o adolescentes, se describe una lógica de la cotidianeidad invertida deliberadamente, cuyo efecto es una sierpe de imágenes poéticas, retorcidas a fuego lento, situaciones – de – puertas – para – dentro, espectrales, ominosas, donde navega la familia como esperpentos, caricaturas grotescas que se entrecruzan a una velocidad vertiginosa: pasajes donde todas las leyes ceden (hasta la gravedad) y los cuerpos salen disparados por los aires; los personajes son solo sombras, fantasmas con nombres familiares (Margoth, el Fochas, la Isabela, la señora Clotilde, la abuela) y donde todo ocurre, en fin de cuentas, en el lenguaje, principal protagonista de estos días enanos deformes deliberadamente, con nariz de morcilla y voz de hormiga para felicidad de su autor, Raúl Serrano, pastor de duendes y de aparecidos.

Ahora bien: ¿quiere leer para extasiarse, pendejeando un poco por la piel del texto, dorándose la píldora de un mundo de paisajes y rubios serafines?. Váyase a la Cumandá, entre Dolores Veintimilla y la que cruza. Serrano no está para tan tristes trajines.

Dejémoslo solo nomás en el conventillo ruinoso de sus DÍAS ENANOS, rodeado de las ratas que revolotean en la cama donde durmió la Sra. Williams; la mujer con los once dedos como agujas en su coloquio doloroso, “en la herrumbre de nuestros cuerpos”; la conspiración estudiantil acelerada y absurda contra el jeque y el orden como una tripa; Borges y el mismo Serrano en un juego de espejos mentirosos; el erótico habitante que promete “sabré cabalgar sobre esos enamorados que se meten trinches y peces fosforescentes entre las piernas”, la muchacha con manos de tijeras, buscando tarántulas/tías/enanos/bizcos/espejos bajo la luna; el habitante del armario escribiéndole cartas desgarradas a Marucha, cartas que inundan el hueco donde habla solo; los exorcismos de la abuela, sueños ominosos, pájaros carnívoros que saltan de sus ojos al cuarto para agredir a los durmientes.

Los movimientos de personajes y secuencias sugieren múltiples interpretaciones y nos avocamos en esta aventura a dos alternativas: el lector pasivo se pierde, se retira, claudica y se va a tomar agua de valeriana, pobre víctima. El otro, participa de la empresa, se aviene al laberinto y el sentido recuperado-recreado de la historia le enriquece y gratifica, al permitirle ver el otro lado de la luna color de azufre que preside estos juegos. ¿Juegas?.

Machala, 1991



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